Casi todas las civilizaciones han necesitado conocer y controlar a su población. Conocer datos para establecer mecanismos que permitieran organizarse y establecer un historial de sus sociedades y sus ciudadanos.
En la antigua Roma, existieron datos censales desde la época del rey Servio Tulio, y en el siglo II, se implantaron las primeras normas sobre filiación o se decretó la obligación de los padres de registrar el nacimiento de sus hijos. Durante la Edad media, la expansión y el auge del catolicismo hizo que la Iglesia católica tuviera el control del registro de los bautizos y matrimonios. La Revolución francesa de 1789 trajo consigo la constitución civil del clero y, en 1804, se reguló el funcionamiento del Registro Civil, secularizado en el Código de Napoleón. Y a partir del siglo XIX, su existencia se extendió al resto del mundo como parte del progresivo proceso secularizador del Estado y el dictado de leyes laicistas.
En España, el primer Registro Civil se creó solamente para medianas y grandes poblaciones. Comenzó sus anotaciones con fecha 1 de enero de 1841 y fue sustituido por un nuevo sistema, todavía vigente, a partir del 1 de enero de 1871.
En El Día Menos Pensado abordamos el porqué de este registro que marca la hoja de ruta de nuestra vida, desde que nacemos y hasta nuestra muerte, convirtiéndose en el testigo escrito de nuestra existencia vital, dibujando nuestros pasos a modo de huella.
La abogada de guardia del programa, Irene Visedo, nos explica cuáles son sus usos, que datos podemos encontrar en él y cómo se gestiona y custodia, coincidiendo con la modificación reciente de la ley que lo regula.