Estamos asistiendo ya a ese cambio de fase hacia la “nueva normalidad” en la mitad del país en la que no nos pasa por alto la tremenda irresponsabilidad de gran número de ciudadanos que ha tomado este paso como la suelta de vaquillas en feria de pueblo.
Pero esta tremenda irresponsabilidad no solo es culpa nuestra. Bajo mi punto de vista, dos son los graves motivos para que hayamos llegado a esta situación, dos motivos uno consecuencia del otro, aunque, insisto, también nosotros tenemos obligación de ser responsables.
A nadie se le escapa ya que la gestión de esta gravísima crisis está resultando absolutamente nefasta por parte del gobierno central, un auténtico despropósito, una gestión para la que este gobierno batiburrillo de formaciones políticas que no se ponen de acuerdo ni entre ellas, no está ni de lejos preparado para afrontar y resolver.
Pero me ceñiré al segundo motivo, consecuencia de lo anterior.
En comunicación existen dos formas de transmitir a la ciudadanía una crisis tan grave como la que estamos padeciendo, la real, la llamada comunicación de riesgo, la que muestra lo que está ocurriendo de forma veraz y sin paños calientes y la burbuja de la felicidad.
La primera está orientada a persuadir a la sociedad, para que esta modifique sus hábitos sobre la base de información clara que indique los riegos y el peligro que implicaría hacer lo contrario a lo que pide el Estado (como incumplir la cuarentena, por ejemplo), se trata de infundir temor en la sociedad, pero no miedo, el temor suficiente a una situación de peligro para todos, que está costando miles de vidas humanas y que ha llegado para instalarse durante mucho tiempo.
Comunicando de esta manera, el gobierno cumple con su papel de responsable de gestión y asume su rol, los ciudadanos también.
En cambio la segunda, la utilizada por nuestros gobernantes, en primer lugar y, sobre todo, para tapar su nefasta gestión, es la burbuja informativa. El gobierno ha construído con su relato, ayudado inestimablemente por sus medio de comunicación afines, un oasis donde los miles de muertos quedan en la arena del desierto y todos los demás estamos rodeados de palmeras y agua, en el manantial de los aplausos y la solidaridad, como si a nadie se nos hubiera muerto nadie durante este infierno, como si todo esto nos quedara muy lejano y, créanme, es imposibe que ninguno de nosotros conozcamos o nos toque de cerca un fallecimiento o una familia destrozada económicamente.
Obviamente no ha sido un fallo comunicativo, sino un mensaje deliberado en el que hubiera sido mucho más efectivo para hacernos responsables, enseñarnos la realidad decarnada, que lo es y mucho. De la misma manera que veíamos ataúdes y familias destrozadas por el horror y la rabia día sí y día también durante la época mas sangrienta de ETA, nos hubiera convenido y mucho como sociedad, visualizar la situación tal y como es. Es la única manera de que el ciudadano de a pie confíe en sus gobernantes y asuma su partem de responsabilidad ante una situación de extrema gravedad como la que nos ha tocado vivir.
Mar Rodríguez | Asesora en comunicación política