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today03/08/2020
por Alberto Huertas
En la tarde de este lunes las redacciones de periódicos, radios y televisiones se revolvían ante un comunicado de Zarzuela, materializando ese paso inevitable que desde hace días se esperaba. Un movimiento que sosegara la tensión que, desde hace semanas -tras conocer las informaciones en torno a las cuentas ocultas del rey emérito en el extranjero- , mantenía a la Casa del Rey en el abismo del mayor escándalo de toda su historia. El comunicado anunciaba el abandono de España por parte del rey emérito Don Juan Carlos, que deja el Palacio de la Zarzuela como su residencia oficial, para trasladarse a vivir a un lugar aún indeterminado del extranjero. Y digo bien, abandono, no exilio, como algunos se han apresurado en calificar en las ardientes, encendidas e inmediatas redes sociales.
Ante todo decir que, aunque no soy hijo de la transición, sé y conozco (como cualquiera que haya curioseado mínimamente por la Historia de nuestro país) la enorme labor que Don Juan Carlos hizo por un cambio de régimen que nos dotó de una democracia plena de libertades. Pongo en valor la enorme labor que, desde la institución monáquica, durante su reinado, se llevó a cabo. La economía de este país, su crecimiento económico durante décadas, a través de su contribución mediadora ha sido, es y será absolutamente impagable (aunque dicho así, suene casi a chiste). Son sólo dos apuntes de los muchos que se pueden hacer (de una manera absolutamente objetiva) a la contribución del rey emérito a lo largo de sus cuarenta años de reinado y servicio a España. Y lo hago, sin entrar en el eterno debate de monarquía o república, que respeto pero del que yo, personalmente, no me siento en absoluto posicionado.
Debo decir que (y es una opinión muy personal) no me molesta, e incluso me podría parecer hasta lógico, que Don Juan Carlos percibiera una cantidad indeterminada de dinero como si de un “comisionista” se tratara (como de hecho, parece que era) habida cuenta del enorme beneficio que dichos acuerdos, y contratos, generaron a nuestros país. Lo que sí me parece deshonroso, poco ético, e incluso delictivo, es que ese dinero no tributara en este país (su país) como primer español que era (y es) y del que cualquiera esperaría una actitud más que ejemplar.
Pero no nos engañemos. Ni la extrema izquierda, ni la izquierda moderada (aunque republicana) ni los verdes, ni UPyD, si existiera, han llevado al rey emérito a la complicada situación en la que se encuentra. Sólo sus actos poco decorosos con la ética y la legalidad de este país le han situado en el foco mediático. Sólo las presumibles cuentas en paraísos fiscales, desveladas por distintos medios, con sociedades superpuestas, a fin de ocultar un presunto patrimonio económico desorbitado, le han llevado a pasar por la factura de una sociedad cada vez más consciente y fiscalizadora, y unos medios de comunicación afortunadamente cada vez más libres.
Dicho esto, también diré que su vida personal, sus cuestionadas relaciones maritales o sus actividades lúdico-festivas en el contexto de su vida privada, me importan poco. Todos tenemos derecho a tener una parcela vital íntima, incluso el Rey.
Y no nos equivoquemos. Don Juan Carlos abandona nuestro país porque hacía ya mucho que no estaba. Su vida transcurría mayoritariamente ya fuera de territorio español, probablemente porque conseguía una dosis de privacidad en su capacidad de movimiento que no encontraba aquí. Abandona, porque es mucho más cómodo y fácil ver la tormenta desde la lejanía. Y así de paso, hace un último servicio a La Corona, intentando amainar las aguas y no comprometiendo más el futuro de su familia y el la Institución que con tanto sacrificio logró restablecer, y que con enorme torpeza ha dejado al borde del precipicio.
Hoy, toda una generación se siente abatida. Sumida entre el desconcierto de quien se siente timado en lo emocional y la tristeza por lo mucho que sienten le deben a la figura de quien les permitió aspirar a una vida en libertad. Una generación que ven en Don Juan Carlos al hombre que materializó sus ansias de progreso, y que lucha en su interno desde hace semanas, desde la incredulidad y la zozobra, por no perder el mayor de los valores que se le presupone al ser humano: la lealtad con aquel que sienten su salvador y -al menos hasta hace poco- veían como todo un referente.
Si alguien, en estos momentos, me genera una tremenda empatía es el actual rey, Felipe VI, quien se debe debatir entre el padre y el exjefe del Estado; entre el amor y la debida obligación, entre el pasado y el futuro. Ése mismo último que él encarna y que se ha convertido en los últimos tiempos en más incierto que nunca.
Escrito por Metropólitan Radio
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