La abogada y asesora en comunicación política, Mar Rodríguez, coge La Lupa de Metrópolis Daily.
Ahora que estamos inmersos en la campaña electoral de Cataluña, vengo observando, ya no con estupor, sino con vergüenza, los ataques completamente gratuítos entre personas que algún día fueron compañeros de partido político y simplemente me parece aberrante.
Si los que mandan en los partidos no saben o no quieren admitir que la autocrítica es un sanísimo ejercicio que todos ellos deberían practicar, mal vamos; y si además no toleran que los que fueran fieles votantes ilusionados se hayan sentido decepcionados o desencantados con el que fuera su partido y ahora decidan votar otra cosa, todavía vamos peor. Pero ya el colmo es que aquellos desencantados expresen en las redes sociales su discrepancia y su intención de voto a otro partido diferente. Entonces es cuando salen las hordas hooliganescas a comerse literalmente al que ha tenido a bien practicar el concienzudo ejercicio de la reflexión y ha tomado una decisión que a la turbamulta no le parece bien.
Estos días de campaña estoy viendo gente que vestían la misma camiseta, hacían carpas juntos, aclamaban al mismo líder, ahora convertidos en enemigos, soltarse sartas de improperios en las redes y me parece un asunto tan grave como para hacérselo mirar. Y no, no me refiero a que se lo miren los afiliados de a pie, sino los de arriba, los que consideran que si te mueves un poquito, no eres apto para salir en la foto, pero eso sí, antes déjanos tu voto.
Resulta muy curioso que en las cúspides de los partidos se fiche gente que viene de otros grupos políticos, de la sociedad civil, o de donde sea, pero el afiliado de base no pueda disentir una vez dentro. Sin democracia interna no podemos pretender aspirar a la externa.
Pagar una cuota a un partido político cada mes no lleva incluido el servilismo. No estamos en el Medievo, pagar el diezmo no significa no poder moverse un milímetro de lo dictado por el Señor feudal.
Los afiliados de base, simpatizantes, votantes, etc son personas absolutamente libres de poder discrepar, discutir e incluso dejar de votar a aquello en lo que un día creyeron y hoy, por el motivo que sea, les ha defraudado, sin que por ello tengan que ser atacados por las huestes activistas que les señalan como traidores.
Si estas personas se sienten decepcionadas, es más que posible que la culpa no sea de ellas sino de los que desde arriba, los que deciden, imponen la forma de pensar y hasta de decir, hechos estos que no son muy democráticos desde luego, a pesar de que ellos mismos lleguen a ser bastante incoherentes con su propia ideología.
En un país democrático esto no debería ocurrir, pertenecer a un partido político X y luego marcharte por el motivo que sea, no debe ser motivo de señalamiento y ensañamiento por parte de los que se quedan a “defender a muerte” a sus líderes hagan lo que hagan.
Somos libres o deberíamos serlo para poder manifestar con absoluta libertad nuestras ideas y nuestras críticas sin que se nos eche encima un ejército de abducidos con el manido argumento del “y tú más” o el “anda que tú”.
Mar Rodríguez | Abogada